Hace unos años, salí de trabajar un miércoles por la tarde con la cabeza como una lavadora centrifugando en modo turbo. Era verano en Madrid, y el calor del asfalto subía por las suelas como si caminaras sobre una paellera. Me subí a la bici como quien se lanza al mar sin saber nadar. Ni música, ni podcast, ni destino: solo necesitaba aire en la cara y sudar el pensamiento. A la altura de Madrid Río, paré. Me bajé de la bici y me senté bajo un árbol. Un sauce que lloraba sin hacer ruido. Y fue ahí, en ese momento tan simple, cuando me di cuenta de que llevaba horas pensando en una reunión que ya había terminado. Todas esas horas rumiando lo que debería haber dicho, lo que me callé, lo que podría pasar. Mi jornada laboral había terminado… pero yo seguía dentro.
Si cosas como estas te suelen pasar, no te vayas, te invito a seguir leyendo, porque estoy seguro de que lo que sigue, como mínimo, te resultará interesante.
¿Por qué es tan difícil desconectar del trabajo hoy en día?
Porque hoy el trabajo no termina cuando sales del curro: se queda pegado a ti como el sudor en los días de calor. Te lo llevas en el móvil, en la mente y hasta en el cuerpo. Contestamos correos desde el sofá, resolvemos marrones mentales mientras nos lavamos los dientes y muchos días llegamos a la cama con más carga que cuando entramos por la puerta de casa.
Esto no es casualidad: vivimos en una cultura que asocia el valor personal con la productividad. Una sociedad que premia al que siempre está disponible, responde rápido, dice que sí y no pone límites. El problema es que eso tiene un precio. Y lo estás pagando tú, con tu descanso, tu atención y tu energía.
El impacto de llevarse el trabajo mentalmente a casa
El problema no es solo que te lleves lo laboral en la mochila. Es que también te llevas tu peor versión. Ese cansancio invisible que te convierte en alguien más irritable, más despistado, más desconectado de lo que realmente te importa: tu gente, tu cuerpo, tu vida.
Como cuando llegas a casa y alguien te cuenta algo importante… y tú estás ahí, pero no estás. Asientes, pero tu cabeza está en otra reunión.
A la larga, esto no solo desgasta. Te borra. Y el burnout empieza justo ahí, cuando dejas de reconocerte en tu propio espejo.
Señales de que no estás logrando desconectar
No hace falta que nadie te diga que no estás desconectando del trabajo, porque tu cuerpo y tu mente ya te lo están gritando, aunque no siempre sepas escucharlo. Te dejo algunas de las señales habituales que muestran que, aunque hayas fichado la salida, tu cabeza sigue currando horas extra:
- Revisas el correo del curro sin darte cuenta.
- Te cuesta dormir porque tu cabeza sigue “resolviendo”.
- No disfrutas de planes que antes te encantaban.
- Te levantas cansado aunque hayas dormido.
- Estás más irritable, más olvidadizo, más ausente.
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Estrategias para cortar el bucle mental del trabajo
Desconectar no es un botón que se pulsa al salir del trabajo. Es una habilidad que se entrena, como tocar un instrumento o escuchar de verdad a alguien. Y muchas veces, empieza por cosas pequeñas, gestos concretos que le dicen a tu sistema nervioso: “ya está, por hoy es suficiente”. Aquí van algunas estrategias sencillas (pero potentes) que pueden ayudarte a cortar ese bucle que te deja en piloto automático incluso después de cerrar el ordenador:
- Marca el final de la jornada con un ritual físico. Una ducha, un paseo, cambiarte de ropa. Tu cuerpo necesita saber que el modo “trabajo” ha terminado.
- Desactiva notificaciones laborales. Parece obvio, pero es revolucionario.
- Activa el cuerpo. Haz algo con las manos, con las piernas, con la voz. Sal a correr, cocina, baila una canción absurda. El cuerpo desconecta antes que la mente.
- Vuelve a la naturaleza, aunque sea en versión urbana. Un parque, un árbol, una fuente. Y si puedes salir al monte el finde… no te lo pienses.
- Haz una lista de cierre. Anota lo que te ronda la cabeza. Escribirlo te ayuda a soltarlo. Planifica el día siguiente y dejalo cerrado.
Rutinas que favorecen la desconexión emocional
- Transición activa. Caminar o pedalear del trabajo a casa, en silencio, sin estímulos, solo contigo.
- Cenar sin pantallas. Ni móvil ni series. Solo conversación o silencio compartido.
- Respiración simple. 5 minutos con los ojos cerrados, notando tu respiración. Ya está.
- Escribir antes de dormir. No para planificar, sino para descargar.
Preguntas que nos hacemos todos (aunque no las digamos en voz alta)
¿Por qué me cuesta desconectar del trabajo?
Porque tu cerebro no ha aprendido a frenar. Y porque nuestra cultura ha confundido compromiso con sacrificio total. No eres raro: eres humano en una sociedad hiperproductiva.
¿Qué hacer si no dejo de pensar en el trabajo por la noche?
Te recomiendo hacer una lista de lo que te ha quedado pendiente y escribe también lo que te preocupa. A veces, solo necesita ser visto para poder apagarse. Y si no, sal de la cama un rato, cambia de habitación, no luches: acompaña-te.
¿Cómo ayuda la psicoterapia a recuperar el equilibrio?
Ayuda a entender qué parte de ti está tan enganchada al trabajo. Porque muchas veces no es solo el curro: es lo que representa para ti. El reconocimiento, el valor personal, el sentirte útil, querido o simplemente seguro. Desde ahí, es difícil soltar sin sentir que algo en ti se desmorona. La psicoterapia (bien hecha) te acompaña justo ahí: a ver eso que llevas dentro, entenderlo y soltarlo con sentido, no por obligación.
Eso es lo que trabajamos en profundidad en CIMA, mi programa de acompañamiento. Es para recuperar dirección, conexión y cuerpo, y salir del bucle con herramientas que de verdad te sirvan.
Si crees que ha llegado el momento de apoyarte en algo más estructurado, puedes echarle un vistazo aquí.
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Y anótate esto: Desconectar no es huir. Es volver a ti.
Cuídate mucho y disfruta de la vida.