Carlos Cenalmor – Psiquiatra y psicoterapeuta

Volver a casa: cuando te das cuenta de que no es un lugar, sino un estado

Estaba en plena ruta, tras tres días solo en la montaña. No era una escapada cualquiera. Había dormido con las marmotas como vecinas y me había bañado en un río helado para quitarme el sudor del camino. Aquel tercer día amanecí en una cabaña que parecía sacada de un cuento, pero sabía que tenía por delante el paso más duro: atravesar un paso entre montañas sin sendero marcado. Lo que no sabía era cómo me iba a atravesar él a mí.

Miré el mapa y ahí estaba el nombre: Portilla del Infierno. No es precisamente el tipo de topónimo que invita al paseito de los domingos. Aun así, decidí tirar por ahí, como quien dice: “venga, a ver qué pasa”.

Y pasó de todo. 

Laderas nevadas en pleno julio, un lago aún congelado, una brecha vertical de unos diez metros que parecía un decorado. Respiré hondo, escalé lo justo para ver lo que había al otro lado y, de pronto, ahí estaba: mi valle. Los lagos conocidos, las montañas amigas. Todo lo que me había acompañado en este viaje de transformación. Y fue ahí, en ese instante, donde sentí algo difícil de explicar: una ola cálida que me recorría el pecho. Paz, gratitud, seguridad. Estaba volviendo a casa, pero no a un lugar. A un estado.

Ese fue mi regreso interior.

De esos regresos que no se hacen cambiando de lugar, sino con el alma volviendo a su centro. Es el tipo de regreso que las personas que llevamos mucho tiempo estresándonos y exigiéndonos sin descanso necesitamos hacer. Esto es lo que yo llamo el camino interior.

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Muchas veces, ese camino de regreso a tu interior empieza con el agotamiento. Con una ruptura. Con un “ya no puedo más”. Y de pronto, algo dentro de ti te susurra: “basta”. Y sin saber muy bien por qué, te ves bajando el ritmo, escuchando tu cuerpo, caminando despacio. Aparece entonces la incomodidad, el miedo, los viejos pensamientos que no paran de repetir lo que deberías estar haciendo. Pero si sigues, si respiras hondo y cruzas tu particular portilla del infierno, lo que viene después es otra cosa: es sanación emocional.

No me entiendas mal. No es magia. No es que cruces un collado y de repente se arregle tu vida. Pero es verdad que ahí arriba, viendo “mi valle”, me di cuenta de que había vuelto. A mí. Al que soy de verdad. A ese lugar interno que tantas veces había perdido entre reuniones, ruido y responsabilidades. Fue, sin duda, un momento de despertar espiritual.

Este tipo de experiencias no son exclusivas de la montaña. Puedes tenerlas después de una conversación que te remueve, tras una meditación profunda o incluso decidiendo decir “no” por primera vez en años. Lo que tienen en común todas esas experiencias, es que no miran hacia fuera, sino hacia dentro. Son expresiones del viaje espiritual que todos estamos llamados a hacer. Y es que, aunque suene a frase de taza, el camino más largo es el que hacemos hacia nosotros mismos. El más duro, pero el que más merece la pena..

Llevo años acompañando a personas en su transformación interior. Y siempre me sorprende cómo, aunque los caminos sean distintos, el punto de llegada se parece mucho. Todos volvemos con más luz, con más calma, con más verdad. Y ese momento en que alguien me dice “siento que estoy volviendo a casa”, sé que ha llegado. Ha hecho su regreso interior.

¿Y tú? ¿Cuándo fue la última vez que te sentiste realmente en casa, dentro de ti?

Cuídate mucho y disfruta de la vida.

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