No es postureo. Es supervivencia.
A veces da la sensación de que cuidarse hoy en día es una especie de performance, ¿no? Una mezcla entre estética de Instagram y ritual de autoayuda con música de fondo. Pero cuando has vivido en carne propia lo que es estar realmente roto (no poder dormir, tener el cuerpo tenso como una cuerda, pensar en bucle y desconectarte hasta de lo que más quieres), entiendes que eso del “equilibrio cuerpo, mente y espíritu” no va de luces cálidas ni de smoothies de espirulina. Va de sobrevivir. Y de algo más: de volver a estar vivo de verdad.
El cuerpo es el gran olvidado hasta que grita. Y cuando grita, lo hace fuerte. Con insomnio, con contracturas, con digestiones imposibles o con una apatía que no sabes ni de dónde viene. Pero lo más loco de todo esto es que, cuando tu cuerpo está mal, toda tu vida se distorsiona. Dejas de sentir motivación, se te va la chispa, no sabes por qué estás mal… pero lo estás. Y a menudo lo que falla no es solo el cuerpo: es el conjunto.
Por eso me gusta hablar de salud holística. De bienestar integral. No como eslóganes, sino como una forma real de vivir mejor. Porque si solo cuidas tu cuerpo, pero tu cabeza no para en todo el día, algo se va a romper. Y si solo meditas, pero comes basura o no duermes, igual. Y si solo lees libros de autoayuda, pero no te mueves ni diez minutos al día, pues eso: postureo.
El equilibrio entre cuerpo, mente y espíritu no se consigue por arte de magia. Se construye en lo cotidiano. En cómo comes, cómo respiras, cómo duermes, cómo te hablas por dentro. En cómo estás contigo mismo. En cómo te escuchas. Y, sobre todo, en cómo conectas. Porque sin conexión, no hay equilibrio interno, por mucho que te pongas incienso o vayas a clases de yoga con vistas al mar.
Sanar de verdad
Muchas veces llegan a mí personas que han probado mil cosas para estar mejor: meditación, yoga, suplementos, retiros… y siguen igual. ¿Por qué? Porque no han tocado lo importante: su estado. Y tu estado se sostiene sobre ese tridente: cuerpo, mente y espíritu.
No hace falta que te conviertas en un monje tibetano. Solo que entiendas que tu cuerpo no es un accesorio para colgarle ropa bonita, tu mente no es una máquina de producir resultados y tu espíritu no es un lujo para cuando te jubiles.
Tu cuerpo necesita presencia, descanso, movimiento real. Tu mente, espacio, foco, pausas. Y tu espíritu… conexión. Un sentido. Sentirte parte de algo más grande que tu lista de tareas.
¿Quieres un consejo sencillo que te puede ayudar a sanar cuerpo y mente al mismo tiempo? Haz una caminata solo, sin móvil, por la naturaleza. Camina hasta que dejes de pensar. Hasta que empieces a sentir. A veces la meditación para sanar el cuerpo y la mente no ocurre sentado en postura de loto, sino al ritmo de tus pasos.
Y si te ves desconectado, sin saber por dónde empezar, o si sientes que este equilibrio lo tienes perdido desde hace tiempo… no te lo calles. Te invito a empezar por hacer el test de burnout. Es gratuito, rápido y puede ser un buen punto de partida:
👉 carloscenalmor.com
Y recuerda esto: a veces el primer paso para encontrar el equilibrio y bienestar no es hacer más… es parar. Escuchar. Y volver a ti.
Cuídate mucho y disfruta de la vida.